"Ocultas tras las palabras se conservan eternas formas de humana y medular anunciación; pautas y paradigmas de psíquica significación. El Dios y las Diosas son allí nombradas.

En busca de la historia de las palabras (el relato de sus mitos), uno adentra, cual si fuera la primera vez en plena conciencia, la evolución medular de lo anunciado. Etimologías que lucen como terapias diferenciando lo que es profundo y colectivamente inconciente.

Una etimología puede potenciando así, relevar las represiones de fantasias sobreracionalizadas, proveyendo nuevos y compensatorios recursos, en sentidos tan profundos como los sueños". David Miller

 

   
 

y

¿Ganarán al olvido las palabras como estiman que ganan a las arcas?.

¡¿Que nada se pierde en el olvido?! ¡¿Acaso por oculto es olvido?!

¿Qué ámbitos, a merced como estamos de los vientos, aun presumiendo, ignora la conciencia?

En aide y aidego, ambas en vasco pariente y parentesco, ya lo han hecho.

En “eidos”, el correlato homérico también apuntaba al parentesco.
Dos siglos más tarde ya había descendido al “parecido”. Para en el siglo V a.C. ser tan sólo “idea”.

Qué licuación de identidades trae el olvido consigo que se afirma como ley primera.

Que la alteridad de la  razón vincular necesita abrirse paso a costa del olvido de la razón parental.

Que para ganar el viento en seducción, nos reviste del “yo”, de mismidad, del amor al “uno mismo”, de “autocertidumbre”, de “personalidad”; a costa de amor propio profundo con que ya al nacer brotamos en silencio revestidos.

Esa ley del “nada se pierde, todo se transforma” resulta obvia cuando razón parental y razón vincular rescatan en aprecios cercanía.

Bastante, empero, amenaza perderse cuando estas razones luchan y divorcian. Aquí tallan, aun desde supuesto olvido, ocultas las arcas.

Que más allá y más acá del viento, las raíces y las savias, aunque siempre ocultas sostienen en esfuerzo permanente guardia.

 

 
 


Es del vasco primigenio, el tercer patrimonio más vivo y memorable de mis ancestros, en las voces “irau, iraula, iraulde, iraulgi, irauli, iraulki, iraultze, iraun, iraungi, iraunkiro, iraunkor, irauntsi, irauntz” donde resuenan los ángeles y demonios que me recuerdan y asistieron cuando mis rodillas un día se clavaron en el suelo.

“Desde las afrentas, las injurias y la ira; al rocío del Alba; desde el basurero al aire libre, al cultivo de las tierras; desde la generación de razas y linajes, hasta los revuelcos del transporte en tanto es cernida la harina de la reconversión...la perseverancia, la constancia, el soportar, el sufrir, el apagar, el apaciguar, el calmar, el consumir, la duración, el insistir, lo duradero...”

...si no están aquí los meollos que me hacen sentir toda clase y mis más propias inmanencias e incluso de mi propia historia personal, dime lector, ¿fuera de este cuerpo, de estas tierras y de mi habla, dónde habría de hallarlas?

Con cuatro letras iniciales prietas y breves sufijaciones, me ha dado el vasco mil vueltas en el lugar donde muerto, resuscitando y con trabajos de niño, naciendo sostenido vengo.

Pulsiones en el habla que fluyen y verban del alfa al omega; y donde sobran reflejos de inmanencias: personales e impersonales; patrimoniales y matrimoniales; tangibles e intangibles; descendiendo y trascendiendo.

Cabe ponerles nombre. Y eso es tarea de cada hombre. Si el espíritu vincular así te lo propone y en día afortunado con hojas sueltas te lo dispone.

Decir intangible es decir “patrimonio” Decir “raíz”; decir “identidad”; decir “inmanencia” y “permanencia” es referir a los intrascendentes e impersonales marcos parentales.

Tan radical enunciación cabe con toda intención y precisión, para acreditar el mayor valor que éstos alcanzan cuando laten en completa discreción.

Una vez que somos elegidos por el espíritu del amor (vincular), a qué imaginar necesario trasmitir lo que a todas luces luce generoso y maravilloso; siendo su silencio el que mejor nos dispone para abrirnos al amor vincular.

Mercedes que quedan en manos de este espíritu que de sobra conoce el valor de nuestros cimientos y por ellos nos elige.

A cambio de su ilusión de ventilarnos y en algo nuevo transformarnos, no hablemos de ellos sino construyendo con la resistencia, la persistencia, la insistencia, la consistencia, la asistencia, la subsistencia de su mayor nobleza.

El reconocimiento íntimo de los cimientos es tarea interminable y común en los desiertos. Desiertos que con la edad casi todos conocemos.

El gozo íntimo que viene de los cimientos es ese temblor suave que llamamos fecundidad.

Fecundidad que siempre viene anticipada por la mujer amada y bien acariciada por los sueños.

 

 
 

 

Cantos del habla que esta mujer de B.C, corriendo los abismos regala.
 

¿Qué va del ver al considerar?
¿Qué va del habla al lenguaje?
¿Qué va de la vida a la necesidad.
Del desatino, la lucha, la paciencia, la esperanza...
del más allá, al más acá. 
De lo metafísico o intrafísico a la común realidad percibida por la mayoría de los mortales?

Va un animus, un vientecillo, una calma sentida, a través de los cuales fluyen destinos.

Común a ellos es el afecto; su esencia. Sin la cual no habría movimiento, ni sorpresa, ni creación. Sin el cual, la razón sin término deambularía; en consideración sin puerto; en desaliento sin consuelo.

Así el afecto y el ánimo, mutuos y naturales se asisten.
En las emisiones del habla se expresan. En los actos se comprometen; se tejen; se destinan.
En la razón se teorizan; con artificios de lenguaje se dialectizan; con mayor consideración se aproximan; con comprensión se obligan.

En éxtasis de logos abismal adormeciendo mueren, para luego en Alba de abismos resuscitar.

Campos vivenciales del logos cual locura en tan alto grado por años expandido que por ello lenguaje y reflexión se revelarán enloquecidos

Un lejano día, ya hospedada el Alba, recuperando y retrotrayendo con largueza las esencias de su más propia identidad, desde su vientre, con afecto y perseverancia en el trabajo integrará.

Cuando de nuevo florezca la expresión, el habla en torrentes sin credos, ni consensos, ni decálogos, se vertirá espontánea.

Tan expandidos campos vivenciales demorarán décadas antes de trasvasarse a campos experienciales en algo comunicables; si fuera el caso que alguna "razón" afectiva hiciera de hospedera.

El habla que desciende de estos montes persistirá en ser acto, caricia,  grito, canto,  y cual murmullo del agua, en permanencia develará los encuentros de su fluencia.

 

 
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