Sumergidos en océanos de sangre con aquellos que desde tan alto, tan más allá de los divinos  cielos, tan cerca nos develan;

Redoblando nuestro temple activo, desde el antiguo templo de todos nuestros parentescos. 

Lejos de todo parecido. Lejos de toda idea. Aun más lejos de todo absoluto, otro que cercano, relativo, afectuoso y parental.

 

Cimientos extensos y entrañables de la morada abismal, que sólo a través del trabajo afectivo se armonizan y develan.
Plenitud de caos los de estas fuentes, que a más sensibles, así me hospedan.

Y sin embargo, espíritu en el alma y E-Go, en materias que los unen en destino, ya a partir del Alba van urdiendo mis desvelos; alentando, sosteniendo los trabajos de mis sueños.

 

       
 
 

 

Al establo

Un día de Febrero de l984, en este "campito" que fuera de antiguo de Cruz y Luna; luego de alguien que lo llamó: "la quimera"; hoy bautizado"Al Maitén"; pasando Blas Castagna aquí breves vacaciones, le toca en suerte acariciar un deseo que por la extrema pobreza de su localización no se animó a expresar. Pero he aquí que Dina su mujer esa misma noche sueña con ello.

Cuando al día siguiente Blas intenta relatarme lo vivenciado por ambos, me adelanto y hago el relato a través de una intuición que así nos hermanó a los tres.

Deseo, sueño e intuición simultáneos, en tres seres reunidos por el afecto "en una pequeña locura", quedan para siempre reflejando en este establo la comunión profunda que Blas ha mimetizado en muchas de sus obras.

Sentimientos y vivencias que hoy merced a su sensibilidad y al trabajo se acercan; pudiendo ser identificados y así tal vez ser también vuestros.

Una obra de Blas, bautizada "El mundo heredado", es presidida por una "Venus de los ancestros". 

Confiesa a Julieta, la que ha sido mi entrañable musa en veinte años de vida y obras en este campito.

 

       
 

 

A Julieta, amor y musa entrañable

a nuestros hijos amados

a nuestros padres y hermanos en el cuerpo y en el alma

y a tantos abuelos silenciosos cuya savia me ha descendido a estos valles, alcanzando contención de  identidad.

 

Océanos del espíritu marital y de tu propio profundo E-Go en insondable humilladero.

De noche sostiene tu descanso el ave.

Cada día cultivas con tu padre en dulces oficios la flor.

Ave y flor se ocupan de tus  cuidados; que tú sólo al niño acompañarás.

Vuelo y perfume que aspiran cimiento de tu alegría y  habitar.

En todo lo que suscitan estos misterios, caricias del amor implícitas están.  Por ésto el éxtasis es de seguir. No logran abandonar.

Desde afuera con medicinas buscan poder bloquear. ¿A qué bloquear? Transformado en híbrido, para devolver día lejano "normalidad"?!

No merece mi pena tras haber visto tantos mutilados más que ésto resaltar.

Siempre al resguardo en envoltorios insospechados. Siempre más aquí de cualquier verdad. De cualquier absoluto.

Y gracias a las guías del Alba, transitivo. Pero tan sola de soledad que no habría experiencia más aburrida que intentar seguirla, si uno mismo no es animado en semejante entrañable transición. Al descenso, repito.

Como ave extendiendo suavemente sus alas, buscando sin fatigas en descenso, su hogar.  Como hombrecillo que busca sin temores lo precioso de sus sueños.

Como nave que busca su puerto. Y en cada caso presiente -y basta un instante para ello- estar en la dirección apropiadora;

y el alma que lo lleva haciendo acopio de sol y dulce sacrificio en sus bodegas.

Aventuras de la más azarosa confianza. Truenos una vez; tormentas; espirales de misterio para apurar el descenso y acertar sin detenerse.

De escindidos: cenicientos.  De real e inefable cordura.
Su rumbo tiene por Norte los valles de cada identidad.
Su geografía: las tripas del Padre.

De la aldea global adonde hemos sido llevados más allá de nuestros parecidos y de nuestras ideas, al pequeño huerto de donde cada uno ha partido.

Quien no haya sufrido fuertes pérdidas de afecto primario suele enterarse de este viaje tan sólo en los últimos instantes de su vida.

Todos los ejes de este llamado y de sus guías se inscriben en manifiestas resuscitaciones, tanto más ancestrales como sentidas sean nuestras pérdidas.

Todas las simbolizaciones descienden de estas fuentes para orientarnos como para desorientarnos. De modo que no haya conocimiento, cultura, ni culto que nos conduzca a ellas; si no fuera por el dulce oficio de nuestros más naturales y cotidianos sacrificios.

 

       
     
 

 

De un cordero degollado

La locura es aquel lugar vedado a la cordura. 

El lugar donde se libra una lucha paradojal y desigual: un cordero enfrentando los absolutos;
uno tras otro, sin ningún poder,  otro que su sinceridad interior.
La exterior no cuenta, pues él está enajenado.

El último de los absolutos a vencer;
el que más trabajo en todos los sentidos ha dado;
el que conforma la envoltura de los mundos poéticos: la estructurada belleza.

He aquí el más desigual de los combates.
¿Cómo ser fiero ante esa belleza; cómo resistirse?

Sin la coraza de la sinceridad interior no hay quien la pueda.

Con este escudo, la belleza estalla; rompe todos los moldes y taceles; se libera de todas las estructuras; y se sumerge con máxima energía y candor en el océano de la Naturaleza y su materia.
Y al volver a ella, deja todo a su alrededor envuelto en un enigma, a la que ninguna crítica osa acercarse.

Un territorio en algo emparentado y por cierto bastante olvidado, es el del más liso y llano trabajo afectivo; que en los campos de la locura adquiere un carácter,  estructura y libertad incomparables.

No reconociendo otros cánones que los más viscerales.
Pleno de coraje, ignorando códigos y regulaciones, arriba al más original de sus orígenes.

El marco que hospeda al obrar y a la obra, es el mismo anterior donde la belleza absoluta vuelve a ser enigma: la Naturaleza.
La única capaz de hospedar y colmar al hombre más insaciable.

Aquí sólo resta, comenzar a vislumbrar el relativo absoluto de cada belleza humana; la de nuestra mujer;  la de nuestro hogar;  y la de nuestra edad.

 

       
   
 

 

La tarea de matraz me ha regalado la suerte de ver a las musas bordar.

Y con afecto he visto siempre al fenómeno eurístico darse a desbordar.

Por tanto, me cabe preguntar en los planes de qué espíritu se da este regalo a hospedar.

¡Penélope!

       
 

 

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