Memorias rurales que nos acercan el valor de las islas inscriptas en Naturaleza.

Y desde esas islas nos hablan aquí del esfuerzo y de la esperanza:

el gran lapsus de la agonía.

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La adversidad por más que hoy pretenda paralizarnos y nos dañe, no tiene ni tendrá la última palabra.

La esperanza nace de la laceración de la existencia, vivida y padecida sin velos; creando una irreprimible necesidad de rescate.

A tal punto íntima con el padecimiento y la frustración, que el hombre auténticamente esperanzado no es sino el mismo que conoce el sinsabor de la derrota y no el espíritu virginal que confía en eludirla.

Lejos de inmunizar contra los desenlaces desgraciados, la esperanza se nutre, más bien, del fruto áspero de estos desenlaces y se templa metabolizando lo ingrato y la desdicha a través de una alquimia prodigiosa que extrae jugo de donde no parece haberlo y convierte al vencido nuevamente en luchador.

El hombre esperanzado no es fruto de una ocasión propicia en la que el dolor ha quedado atrás, sino el creador de su oportunidad en medio del dolor.

Ese hombre no cree en el futuro como salvación, sino en el tiempo como ofrenda que nos estimula a obrar.

Santiago Kovadloff

Obrar en ese tiempo tan particular que sólo la Naturaleza nos puede regalar.

Allí se asiste a la más maravillosa alquimia entre dolor, ánimo y obrar.

Así y allí se establece el renacer.

Ayer fueron estigmas;
 y hoy emblemas por obrar.

Fuera de contención tan natural, la existencia lacerada,  deviene tremebunda, aun en urbanizada urbanidad.

Francisco Javier de Amorrortu

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